Andrei Chtcherbine: un guardaparque entre la filosofía y la naturaleza
Entre los senderos de la Reserva de Puertos, en Escobar, la naturaleza no solo es un refugio, sino que es una voz que habla sobre quienes la habitan. Una de estas voces pertenece a Andrei Chtcherbine, su guardaparque, cuya historia es tan atrapante como sus paisajes.
El camino que trajo a Andrei hasta allí comienza lejos, en San Petersburgo, Rusia, lugar donde se crió junto con su madre y su hermano mayor. “Tuve varias experiencias lindas con la naturaleza durante mi infancia en Rusia. Encuentros con fauna silvestre, salir a los bosques a buscar hongos y frutos”, inicia reflexionando Andrei sobre su historia. Otras de sus experiencias significativas tuvieron lugar en Bielorusia, donde vivía su padre. Allí, el entorno era mucho más rural que en San Petersburgo, lo que le permitió conectar de manera más profunda con los bosques y los campos. “Hoy creo que esas experiencias de infancia fueron cruciales”, afirmó, convencido de que el contacto con la naturaleza puede marcar una diferencia en la vida de las personas.
“Tuve varias experiencias lindas con la naturaleza durante mi infancia en Rusia. Encuentros con fauna silvestre, salir a los bosques a buscar hongos y frutos”
Sin embargo, al crecer en una gran ciudad, la rutina cotidiana fue alejando a Andrei de ese mundo natural. Fue recién al terminar la secundaria cuando decidió convertirse en guardaparque. “Creo que fue más por una cuestión filosófica que, en el fondo, estaba conectada con esas experiencias que tuve de chico”, reflexionó.
Fue en 1999, cuando tenía 13 años, que junto con su familia partieron de Rusia en un contexto marcado por el inicio de un nuevo periodo de guerra. Al principio, no tenían un destino definido; iniciaron en Estados Unidos, donde no fueron bien recibidos, luego pensaron en Australia, hasta que finalmente encontraron una oportunidad en la Argentina. “El choque cultural fue interesante”, comenta Andrei al recordar su llegada al país, el lugar que se terminaría convirtiendo en su hogar definitivo.
Cuando se le preguntó sobre lo más difícil de dejar atrás al cambiar de rumbo, reflexionó sobre la idea misma de cambio. Considerando que, en términos profesionales, nunca dejó realmente algo atrás, ya que nunca estuvo en camino hacia una carrera diferente. Aunque en su adolescencia contempló la posibilidad de estudiar filosofía, nunca llegó a inscribirse, y su decisión de ser guardaparque surgió de manera natural. “No creo en el destino”, aclaró, atribuyendo su camino a una suma de elecciones y experiencias más que un plan determinado.
Resulta lógico que Andrei haya considerado la filosofía como una opción en su juventud, ya que todas sus reflexiones están atravesadas por una profunda reflexión sobre la vida. En cuanto al cambio de país, reconoció que la transición fue más compleja. Llegó a la Argentina a los 13 años, un momento en el que, según sus propias palabras “no era muy consciente de lo que dejaba atrás”. Amigos, su padre y sus abuelos paternos quedaron lejos, aunque en aquel entonces la distancia no le pesaba tanto como ahora. “Hoy, con los años, me volví más sentimental”, admitió, dejando entrever una nostalgia por sus raíces que quedaron en Rusia. Sin embargo, su vida como guardaparque, una profesión que ejerce desde hace 13 años, le ha dado una sensación de pertenencia y propósito. “No encajo mucho en la ciudad de todos modos, el tiempo que paso en el campo es para mi un placer”, destacando el papel fundamental que tiene la naturaleza en su vida.
Andrei ha trabajado en distintas reservas de la provincia de Buenos Aires, entre ellas la de Pilar y la del Delta, en Tigre. Sin embargo, asegura que la belleza de la Reserva Ecológica de Puertos del Lago es inigualable. Lo que más destaca de este lugar es la sensación de libertad que se respira, que abarca tanto a los animales y las plantas como a quienes la visitan. “Acá uno puede ser, a diferencia de la ciudad donde estamos limitados e influenciado por las presiones sociales”. Esta libertad, que describe como inherente a la naturaleza del lugar, es algo que Andrei considera un privilegio. En su rol de guardaparque, puede sumergirse por completo en este entorno sin ataduras, disfrutando de una conexión que pocos tienen la oportunidad de experimentar.
“Acá en la Reserva, uno puede ser, a diferencia de la ciudad donde estamos limitados e influenciado por las presiones sociales”
En su reflexión, Andrei establece una comparación entre el funcionamiento de la reserva y la civilización. Mientras que en la ciudad las reglas son impuestas por algunos para todos, en la reserva también existen normas pero estas son dictadas por la naturaleza y ofrecen una mayor flexibilidad. “Vos venís a la reserva y podés ver una liebre o una garza, como tal vez no”, explica, enfatizando la imprevisibilidad de un ecosistema que opera a su propio ritmo.
Esta valoración de la libertad, que Andrei tanto aprecia en sus discursos, con los años se fue ampliando hacia un mayor conciencia de la necesidad de proteger la flora y fauna, en especial a los animales.
Lo que más lo motiva en su trabajo cotidiano es la educación. Estudioso tanto de los aspectos pedagógicos como de la cientificidad que envuelve a las reservas y la naturaleza, Andrei encuentra en la enseñanza una manera de compartir su pasión. Durante las visitas guiadas, especialmente con alumnos de escuelas, busca transmitir más que datos sobre la biodiversidad del lugar; intenta que las personas conecten con la naturaleza desde un plano más profundo, casi existencial. “Más que hablar de cuántas especies viven acá, me gusta transmitir lo que significa estar en un lugar como este”, enfatiza.
Además de su rol educativo, otro motor de su trabajo es la investigación. En sus ratos libres, explora la reserva en busca de pistas sobre nuevas especies junto a su colega Tomás. Disfrutan de intercambiar conocimientos y resolver enigmas que el ecosistema les plantea. “A veces las investigaciones permanecen en el misterio” comenta Andrei, valorando esa magia propia del lugar. Otras veces, el esfuerzo da frutos: gracias al seguimiento de huellas o al uso de cámaras nocturnas, han logrado descubrir nuevas especies que habitan la reserva, un logro que describe como “una enorme satisfacción”; como su último hallazgo que fue una cueva de mulitas. Sin embargo, Andrei reconoce que parte de esa magia se diluye al trasladar los hallazgos al mundo digital. “Cuando estas investigaciones se publican, siento que pierden algo esencial. Lo que vivo como guardaparque no se transmite en una red social”, asegura. Convencido de la desconexión que generan estas plataformas, admite con firmeza: “Estoy en contra de las redes sociales”.
Sin lugar a dudas, Andrei Chtcherbine es un guardaparque cuya vida y trabajo reflejan un profundo compromiso. Además, es una persona intelectual, cuya filosofía de vida se caracteriza por dudar hasta incluso de sus propias certezas, lo que transmite una gran humildad. Como él mismo dice, casi restándose importancia: “Creo que todos tenemos una historia para contar”. Su vocación es ejemplar, ya que no solo se dedica a preservar el medioambiente, sino que también se compromete a educar y transmitir su filosofía con una profunda pasión.
Nota de Alfonsina Fernández Soriano
Estudiante de periodismo y vecina del barrio Costas
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